Wednesday, August 09, 2006

Asfalto en las calles

Un mediodía, cuando regresaba de la escuela, encontré que habían depositado pilas de asfalto en la calle de mi casa y en las aledañas. El asfalto cubriría las calles de rocoso, que desde que me mudé estaban así. Frente a mi casa, se hacía un charco profundo que duraba días. Tanto, que daba tiempo a que los renacuajos crecieran.
Las pilas permanecieron allí durante varias semanas, interrumpiendo el tráfico, sin que nadie se preocupara por terminar el trabajo.
"Es asfalto frío", decían algunos, "eso no va a durar mucho". Se referían a que el asfalto caliente era el que se solidificaba y se volvía liso, duradero.
Al fin, un día aplanaron las calles, que ahora estaban negras. Los zapatos se manchaban y quedaban pegajosos.
El agua, que antes entraba ocasionalmente en mi casa cuando llovía, empezó a entrar con más frecuencia. La calle había subido de nivel.
"Un día", me decía, "echarán asfalto caliente y construirán aceras y un sistema de alcantarillado, y estas calles serán radicalmente distintas de lo que son ahora: algo más que un terraplén ordinario."
Pero nunca sucedió. El progreso no era lineal, como me habían enseñado. No siempre se avanza. Los proyectos se abandonan, especialmente si las prioridades cambian, si el proyecto más general no tiene manera de sostenerse o depende de las circunstancias.
Las calles permancieron asfaltadas durante varios años, hasta que la lluvia y el tráfico fueron esparciendo la gravilla, que ahora se encontraba por todas partes. El terraplén volvió a surgir. El agua dejó de entrar con frecuencia en mi casa.

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