Saturday, September 23, 2006

Una fantasía

Soñé varias veces que estaba en Agramonte y que el pueblo tenía unos edificios inmensos y casi desconocidos. Recorría los barrios donde estaban y me preguntaba intrigado cómo era posible que no los hubiera visto antes o que no se hablara de ellos. Algunos eran ruinas de antiguas construcciones.
Otras veces, el sueño se trasladaba a los pueblos circundantes. Unión de Fernández, por ejemplo, que fue un ingenio durante el siglo diecinueve y ahora es sólo un batey. El ingenio fue demolido en 1924 y todavía en los años cincuenta la chimenea estaba en pie. Mi tío Luis dice haber jugado allí: la circulación de aire permitía que uno soltara un sombrero en la base de la chimenea y el aire lo subiera hasta sacarlo por arriba. De niño, yo iba al batey con frecuencia, porque era la bodega donde mi familia compraba la comida cuando vivían en el campo. Como mi padre vivía todavía cerca, mi libreta estaba en Unión de Fernández; todos los años íbamos a comprar allí los juguetes que me tocaban. Siempre visitábamos a su prima, en una de las casonas que rodeaban el ingenio y que ahora estaba dividida en varias casas individuales. No sé cuál era la casa principal, si donde estaba la bodega o la casona donde ella vivía. Las construcciones eran de una piedra gruesa y maciza, hechas para perdurar generaciones enteras. Estaban descuidadas, falta de pintura, pero podrían conservarse siglo más con un mantenimiento mínimo.
En el sueño, Unión de Fernández aparecía más grande de lo que es, con construcciones aún más fascinantes y en mejor estado. Era un destino turístico y tenía secretos por descubrir: las construcciones eran lo suficientes ricas y complejas para tener pasadizos, entradas, patios, varios niveles. Uno entraba y cada paso era una sorpresa.
A veces, en esos sueños, estaba acompañado por amigos de la escuela, a quienes quería mostrarles aquella magnitud desconocida y poco aprovechada.
Creo que aquellos sueños eran una fantasía sobre los pueblos pequeños: la posibilidad de que dieran más de lo que mostraban externamente, de que en ellos hubiera una complejidad no explorada. De ahí lo intrincado de las construcciones, las sorpresas continuas.
Ahora estoy otra vez en un pueblo pequeño, bastante activo, por cierto, pero con ciertas limitaciones. No lo conozco completamente todavía, pero de alguna manera he pensando en la posibilidad de que haya lugares desconocidos e interesantes aún, una puerta que uno abre de pronto y se encuentra que la vida continúa después de las diez de la noche, que hay gente para conservar, luz suficiente y que el día puede durar hasta que uno lo desee. Sé que este pensamiento, que a veces me ha llegado a altas horas de la noche, no es diferente de aquellos sueños.
Sé, también, que tal complejidad no está asociada necesariamente con un lugar, y que cualquier sitio puede ofrecerla. La cuestión reside en encontrarla, si no en un mundo relacional, al menos en uno mismo.

2 comments:

baudelaire3 said...

Alfredo: eres de esos casos en que un escritor se vuelve clasicista sin haber pasado por adolescencia vanguardista ninguna. No conozco, como bien sabes, ni Agramonte ni el otro pueblo que mencionas. Pero siento sí que hay algo de la escritura del exiliado en este pequeño ensayo, no diré necesariamente nostalgia, pero sí ese temor -sueño o pesadilla- de volver a un lugar denominado hogar que ya no se condiga con tal nombre. Un abrazo, Cristián

Estenoz said...

Gracias por el comentario, el primero en este blog. Sí, bueno, concuerdo un poco con lo del clasicismo, no sé con la interpretación psicológica.